Plantas Medicinales y NMG; una Quintaesencia perfecta
La Quinta Ley Biológica de la Nueva Medicina Germánica (NMG) estipula que cada supuesta ‘enfermedad’ forma parte integrante de un Programa Especial de la Naturaleza con Pleno Sentido Biológico (SBS) en un contexto evolutivo.
Por sí sola, esta ley expresa la importancia capital de la evolución en el desarrollo de los seres vivos y de las supuestas ‘enfermedades’ que surgieron, surgen y podrán surgir en el transcurso de dicho desarrollo. Los diferentes reinos que constituyen lo vivo −mineral, vegetal, animal y humano− están en constante evolución, lo que implica una simbiosis entre ellos mismos.
Los minerales, vegetales, animales y humanos no aparecieron por arte de magia, en el sentido de que no ‘nacieron’ sobre este planeta, sino que más bien emergieron de él y continúan haciéndolo en un proceso evolutivo infinito.
La evolución de lo vivo podría entonces resumirse en una serie de emergentes principales −minerales, vegetales, animales y humanas− donde cada una de ellas toma la memoria y nace de la precedente, desarrollándose así con una complejidad ventajosa.
Es un proceso dinámico infinito donde estas emergencias se sostienen entre ellas en un perfecto equilibrio necesario para el mantenimiento de la vida.
Por citar un ejemplo muy simple: el vegetal, en su proceso de respiración (fotosíntesis) −proceso indispensable para el mantenimiento de su vida−, capta el bióxido de carbono (CO2) que necesita y, más tarde, emite oxígeno (O2). En cuanto a los animales y humanos, captamos el oxígeno que necesitamos y, más tarde, emitimos el bióxido de carbono −otro proceso de respiración vital para el mantenimiento de nuestra propia vida. Esto demuestra que la planta sustenta, al mismo tiempo, tanto al animal como al humano, y viceversa. Pero lo que es aún más importante, a la luz del ejemplo precedente y que sobrepasa al fenómeno de simple intercambio de sustancias gaseosas, es que desde siempre el humano supo hacer uso de las plantas para el mantenimiento de su propio equilibrio.
Un poco de Historia
La utilización de plantas medicinales por parte del humano se conoce desde tiempos inmemoriables. Ya sea en Occidente como en Oriente, los principios de utilización, aunque difieran en pequeños matices, siempre conservaron la búsqueda de un mismo propósito: recuperar el equilibrio.
La presente sección nos permitirá echar un vistazo a la influencia occidental en materia de utilización de plantas medicinales.
Según las excavaciones arqueológicas efectuadas en cementerios de Iraq, la evidencia más antigua de la utilización de plantas medicinales se remonta a 60.000 años. Confirmamos allí el uso de plantas medicinales de base tales como la Milenrama (Achillea millefolium), el Senecio dorado (Senecio aureus), la Centáurea menor (Centaurium erythraea) o el Malvavisco (Althaea officinalis).
El sistema médico más antiguo, hasta ahora documentado, es originario de Egipto. Su texto médico más antiguo existente, el papiro Ebers, se remonta al siglo XVI a.C., es decir, 1.500 años antes de la aparición de toda documentación correspondiente a la medicina china. Dicho texto cataloga 700 hierbas medicinales entre las cuales varias son todavía utilizadas actualmente, tales como el Áloe (Aloe vera) y la Senna (Cassia senna). El papiro Ebers fue, sin duda, el primer ensayo documentado aspirante a separar la magia de la medicina. Contiene 877 recetas de herboristería aplicables a una gran variedad de enfermedades y síntomas.
En tiempo de los griegos, Hipócrates (460-379 a.C.) fue considerado el padre de la medicina e insistía en el hecho de que un remedio debía ser un alimento y un alimento, un remedio. Hipócrates era un observador paciente y meticuloso anotando con cuidado todos los detalles en el transcurso de la enfermedad, como parte integral del proceso de curación. Buscaba el momento idóneo en el cual el paciente requería un apoyo mediante formas suaves de fisioterapias, masajes, baños, hierbas medicinales específicas (no más de 200) y, sobre todo, alimentos sanos. En aquella época, la inmensa mayoría de los médicos eran viajeros ambulantes e Hipócrates no era una excepción. De este modo, una mayor variedad de plantas medicinales, procedentes de todas partes de mundo conocido, se añadió a la nomenclatura de base.
En aquella época también se descubrieron diversas plantas tóxicas. Por ejemplo, el gran filósofo griego Sócrates, fue forzado por tres de sus ‘opositores’ a beber una infusión mortal de Cicuta (Cicuta maculata).
Paralelamente a la continuación de la práctica médica privada, los primeros hospitales nacieron en el Imperio Romano, como respuesta directa a la necesidad de la guerra; estos primeros establecimientos cumplían bien su función ayudando a los militares heridos.
Las dos figuras médicas más importantes de Roma, cuyas contribuciones instauraron las ‘normas’ indiscutibles en botánica y medicina, fueron Pedonius Dioscoride (siglo I d.C) y el griego Galien Claudius, quien ejercía en Roma (aprox. 131-200 d.C).
La contribución más importante de Dioscoride se fija en sus cinco libros de botánica, reagrupados bajo el título De Materia Medica, fundamento de todas las Materia Medica subsecuentes a través de Europa durante 1.600 años.
El aspecto más destaclable de los trabajos de Dioscoride corresponde a la reagrupación de las plantas según sus efectos fisiológicos. No obstante, en los tiempos de Dioscoride, no existía un ‘consenso médico’ (sic) y sus ideas no tenían la aprobación unánime en cuanto a la naturaleza de la enfermedad.
Desde sus principios hasta la Edad media, la Iglesia cristiana impidió toda práctica médica susceptible de imitar a Cristo, preconizando más bien la curación por la fe. La consecuencia de dicha empresa religiosa fue la tentativa de destrucción y supresión de los antiguos conocimientos a propósito de las hierbas y las medicinas naturales. Afortunadamente, estas pudieron ser preservadas gracias a los manuscritos transmitidos secretamente a través de los siglos. Sin embargo, los monasterios se convirtieron en centros de herboristería y prácticas tradicionales, conservando así un gran número de plantas en sus almacenes de hierbas, bautizadas como ‘farmacias’ (del término latino ‘officinalis’). Esos mismos monasterios alcanzaron gran fama por sus jardines de plantas medicinales.
Fue precisamente en la Edad Media cuando vivieron dos de los más grandes precursores de lo que se iba a desarrollar como utilización de plantas medicinales según su quintaesencia de acción en el organismo. Se comienza por aquel entonces a descubrir, no obstante sin identificarlos como tales, los modos de acción simpaticotónicos y vagotónicos de cada planta y sus acciones sistémicas.
Hildegarde von Bingen (1098-1179) fundó su primer monasterio en Rupertsberg (Alemania) al ser nombrada abadesa en 1136. Su pretensión se basaba en la idea de integrar el cuerpo, el pensamiento y el espíritu en una terapia que incluyera una dieta equilibrada, hierbas y piedras preciosas. Hildegarde también integró el uso terapéutico desde órganos animales (organoterapia), ya en uso en la Medicina Tradicional China (MTC) y en Ayurveda. Su dieta equilibrada describía los peligros de los alimentos fríos y crudos, así como las desventajas en el exceso de carne y grasa. Su obra El Libro de las sutilezas de las criaturas divinas (traducido del latín) es un clásico del género.
Paracelso (~1493-1541), médico y alquimista de origen suizo, precisó en su famosa Doctrina de las firmas que las plantas habían sido creadas para el bienestar de la humanidad. Según él, cada planta está provista de un importante signo (firma). Por ejemplo, si las hojas de una planta tienen la forma de un corazón, esta se revela como remedio para el corazón, mientras que las hojas que tengan la forma de un hígado, debían ser utilizadas para tratar la ictericia. Médico ambulante, hombre rural, con tono de voz violento y ‘sin pelos en la lengua’, se sublevaba contra la medicina de escuela, aunque él mismo la hubiera enseñado en la universidad; según él, esta no producía otra cosa que ignorantes, ya que la verdadera medicina debía adquirirse por medio de la observación rigurosa del ser humano en su globalidad y la experimentación en el terreno. Criticó severamente, entre otras cosas, los enfoques terapéuticos de Hipócrates, los cuales percibía como demasiado cartesianos, mecanicistas y restrictivos. Se inclinaba sobre la idea de que, contra toda enfermedad, existe una planta que crece, mencionando, sin embargo, que toda sustancia en la naturaleza, sin excepción, es un veneno y que lo que realmente importa es la dosificación. Según él, hasta el agua era un veneno si se tomaba en exceso.
Paracelso, en su fabuloso Archidoxes de Teofrasto, fue el primero en marcar una distinción entre la quintaesencia de las materias que componen una planta y la quintaesencia de cada planta en su acción global. Con razón, mencionó:
“nótese pues que en las quintaesencias, muchos grados y cantidades provienen del elemento predestinado y que muchos grados de los elementos corporales proceden de la sustancia, que es diferente.”
Veamos un enunciando en su Archidoxes:
“Cuando un cuerpo se pudre, su quintaesencia no lo hace, es más, permanece fresca y no se consume. Se separa entonces del cadáver, en el aire, en la tierra o en el agua, según el lugar donde se encuentre el cadáver. No existe corrupción en las quintaesencias, es una gran maravilla; así lo enseñamos en nuestro tratado sobre la corrupción y la eternidad”,
¡Paracelso ya comprendía lo que, Béchamp, en el siglo XIX con su ‘microzymas’, y Naessens, en el siglo XX con su ‘somatides’, iban a confirmar científicamente!
Un último punto a tener en cuenta sería la siguiente cita de Paracelso, extraída del Libro de la Larga Vida:
“La muerte no aporta ninguna enfermedad, al igual que ninguna enfermedad aporta la muerte. Y, aunque vayan juntas una al lado de la otra, como el agua y el fuego, no existe un punto de acuerdo entre ellas”.
Ya en aquella época, Paracelso comprendía la quintaesencia de las enfermedades.
Durante el Renacimiento, una nueva independencia política respecto a la Iglesia y un interés renovado frente a los clásicos favorecieron el florecimiento de logros científicos, médicos y culturales sin precedente en la historia de la humanidad; de hecho, la inmensa mayoría de los grandes herbarios fueron escritos, compilados e impresos durante este período clave.
En 1652, apareció en Inglaterra el Culpeper Herbal (Herbario de Culpeper), de Nicolas Culpeper. Su obra expone la relación entre la astrología y las hierbas, y reactualiza la doctrina de las firmas de Paracelso. Esta creencia, que proviene de un pasado remoto en las tradiciones de herboristería del mundo, mantiene que hay una relación entre la apariencia de una planta y la condición para la cual está indicada.
En su tiempo, Culpeper era el médico herbolario más apreciado por el pueblo y, sin embargo, el más detestado por sus colegas, ya que violó un juramento solemne del Colegio de Médicos de Londres al traducir del latin algunos trabajos elitistas de la época, particularmente la Pharmacopoeia, la cual renombró como A Physical Directory (Un Repertorio Físico). Gracias a este conocimiento, él mismo se halló en situación de ofrecer al pueblo la capacidad de automedicarse.
Carl von Linné (~1707-1778), naturalista suizo, clasificó millares de plantas en una obra llamada Systema Naturea. Todavía hoy, varias nomenclaturas latinas que designan diferentes especies de plantas medicinales provienen de Linné.
Como la medicina ‘oficial’ dependía del dominio de la Iglesia o del Estado, la medicina tradicional se desarrolló durante la Edad Media y fue relegada a los herbolarios y cuidadores que utilizaron tratamientos no oficiales, asociados con las religiones paganas de antaño para satisfacer las necesidades de los que no podían permitirse los cuidados dispensados por una rica élite médica. Las mujeres y los hombres que utilizaban tales métodos fueron calificados de brujos, así como todos los excluidos de la sociedad que se rebelaron contra la dominación de la Iglesia y del Estado, procurando redescubrir sus supuestas antiguas costumbres religiosas y paganas y sus métodos de curación por el uso de plantas y de diversos encantos. Con el fin de preservar los valores cristianos, la Inquisición y la caza de brujas se convirtieron en un modo supuestamente conveniente para suprimir y denigrar los esfuerzos de los cuidadores no oficiales.
Johann Wolfgang Von Goethe (1749-1832), científico alemán de renombre, publicó en 1790 una obra fundamental, titulada La Metamorfosis de las Plantas, tras sus observaciones de la flora durante una estancia de dos años en Italia. Lanzó una mirada viva sobre la naturaleza y formuló su ley de las plantas basada en una metamorfosis infinita. Según él, el proceso vivo era una continuación rítmica de contracciones y de expansiones en espiral, a la imagen del universo. Un proceso evolutivo de emergentes sin principio ni fin que permite comprender la ‘planta primordial’ que guía la evolución de todas las plantas.
A principios del s.XIX, la práctica médica ‘oficial’ se encontraba en un estado lamentable. La falta de conocimiento médico y de higiene, acoplada a la adhesión de la alopatía a teorías sin fundamentos científicos y a remedios tóxicos, provocaron que toda visita al médico se convirtiera en una experiencia terrorífica y peligrosa. El uso abusivo de sangrías, mercurio, arsénico, opio, eméticos (que inducen a los vómitos) y purgativos debilitaron a los pacientes de la misma manera que las propias enfermedades que pretendían tratar (en este principio del s.XXI, es decir, doscientos años más tarde, hemos de constatar que esa situación es todavía de actualidad, en su mayor parte).
Las alternativas a esta farsa cruel utilizaban, en su mayor parte, la herboristería y las sudaciones amerindias en América del Norte con gran éxito, sin ser tan tóxicas como las medicinas ortodoxas frecuentemente utilizadas. Este éxito fue breve.
En 1910, el informe Flexner, publicado en los Estados Unidos y subvencionado por la Fundación Carnegie −una sociedad filantrópica muy dudosa controlada por la familia Rockefeller y que se sitúa a la cabeza de la petroquímica americana−, estalló como una bomba.
Este informe, el cual describía el lamentable estado de las escuelas de medicina y de la práctica médica en los Estados Unidos, iba a formular recomendaciones devastadoras, cuyos impactos se extenderían en la mayor parte del mundo occidental, y las cuales todavía hoy se miden más que nunca. Primero, dando parte del estado lamentable de la medicina oficial y de su falta de rigor científico, el informe arrastraba ipso facto en su estela destructora todas las medicinas alternativas con el único y maléfico objetivo de denigrarlas y de destruirlas, lo que se puede comparar con la estrategia guerrera de la ‘tierra quemada’. En segundo lugar, tras haber allanado todo a su paso, el ‘rodillo compresor’ Flexner emitió la recomendación de que únicamente las escuelas y las clínicas de medicina alopática debían gozar de las subvenciones del Estado con el fin de mejorar su imagen. Finalmente, el informe Flexner echaba las balizas para que solo la medicina alopática fuera reconocida como medicina de ‘escuela’ oficial y que el currículum de los futuros estudios médicos fuera orientado estrictamente sobre la bioquímica y la fisiología, y todo ello con el estricto fin de crear una alianza entre la medicina y la farmacología creciente derivada de la petroquímica en este principio del s.XX. En lo sucesivo, la naturaleza ya no tenía cabida en la medicina.
De este modo, el principio de la era moderna creó una brecha profunda entre las plantas y la química. Nuestro conocimiento de las hierbas y de las plantas medicinales fue invalidado, mientras que la química científica se desarrollaba en un contexto de fuerte industrialización. Las plantas medicinales, en uso desde hace 60.000 años, dejaron de ser percibidas como entidades vivas, vistas a partir de este momento como estructuras químicas aisladas. En el s.XIX, con la primera síntesis del principio activo de la corteza de Sauce (Salix alba), el ácido salicílico, el humano se embarcó en una aventura que podríamos comparar con la conducta de un vehículo dirigiéndose descontroladamente hacia una pared de ladrillos.
En el s.XX, era incluso posible rearreglar la estructura de las moléculas para crear sustancias sintéticas completamente innovadoras. Había nacido una nueva era que nos permitiría a todos gozar de soluciones sintéticas frente a los problemas de la vida.
«Hoy, mientras emergemos lentamente de la pesadilla de un mundo artificial de máquinas corporales controladas químicamente y progresamos en la renovación y el conocimiento de lo que la Tierra significa para nosotros y de lo que le debemos, las palabras de Paracelso son tan válidas hoy como lo eran en el s.XVI:»
“Sus prados y sus pastos serán sus farmacias”.»
Barbara y Peter Theiss (The Family Herbal)
Hasta el s.XIX, el 90% de todas las medicinas eran de origen vegetal. Menos de cien años más tarde, la industria química se convirtió en una mega potencia que nos proponía más de ¡30.000 medicinas sintéticas!, todas producidas en laboratorio. Los daños directos y los riesgos imprevisibles de estos productos químicos sobre nuestras vidas y nuestra salud aparecieron, por primera vez, hacia finales de los años 60.
Una nueva herboristería
Se suele acusar a menudo a la Nueva Medicina Germánica (NMG) de no preconizar tratamientos, de tener pues un enfoque terapéutico incompleto. Tal reproche proviene esencialmente de un desconocimiento profundo de lo que es la NMG. A riesgo de retrasarse largamente sobre lo que es, es más simple decir lo que no es, es decir una terapia. Clasificarla al nivel de las medicinas alternativas o de las terapias alternativas es como decir que la física cuántica es una física alternativa porque vuelve a discutir los viejos dogmas materialistas de la física clásica.
La primera frase de esta declaración recalca un problema de fondo al cual se enfrenta la medicina alopática, ya que las únicas medicinas a disposición de los médicos derivan de la farmacología, la cual únicamente ofrece productos químicos de síntesis que pueden causar daños irreparables y efectos secundarios nefastos puesto que no provienen directamente de la naturaleza; contienen poderosos mensajes que el organismo humano no reconoce y pueden así causar más daño que bien si son utilizados durante la fase de curación, turbando el proceso natural de reparación. Las medicinas a base de plantas medicinales completas, no sintetizadas, poseen en sí mismas una quintaesencia que el cuerpo reconoce ya que esta sí proviene directamente de la naturaleza; contienen así mensajes que vienen, no para turbar el proceso natural de reparación, sino más bien para modularlo y optimizarlo. Por ignorancia de esta farmacia natural o por dificultad en acceder a ella, el médico que practica según los principios de la NMG se encuentra frente a un dilema que, mal que bien, no le permite aportar un apoyo beneficioso en el momento del proceso de curación. Sabiendo en NMG que las sustancias farmacológicas perjudican el proceso de reparación, ese mismo médico puede solamente decirle al paciente que “no haga nada” porque no tiene, en la mayoría de los casos, ningún recurso válido a su disposición.
En la segunda frase de la declaración del Dr. Hamer se señala que el médico que practica según los principios de la NMG comprende que los procesos establecidos por la naturaleza actúan ya de manera óptima. La evolución de lo vivo es una secuencia infinita de estos mismos procesos; los emergentes minerales, vegetales, animales y humanos manan de ellos. Según esta ley natural inalienable, es imposible que una planta medicinal utilizada inteligentemente y de una manera dirigida que respete la Ley Bifásica de los Programas Especiales de la Naturaleza con Pleno Sentido Biológico (SBS) perjudique los procesos naturales establecidos por la naturaleza a lo largo del SBS. No hay duda de que la herboristería aplicada según las cinco leyes biológicas de la naturaleza constituye el enfoque terapéutico con mayor simbiosis respecto a ellas. El matrimonio de la NMG con la medicina de escuela, bajo su forma actual, está condenado al fracaso.
No olvidemos que el emblema de la NMG es un CROCUS y no un frasco de píldoras.
En su tesis post-doctoral, presentada en la Universidad de Tübingen en 1981 y actualizada en agosto del 2000, el Dr. Hamer menciona:
“Es importante anotar que, con el fin de aportar un apoyo beneficioso en el momento del proceso de curación, todas las medicinas que puedan atenuar los síntomas deberían ser consideradas. El médico de la NUEVA MEDICINA no se opone al uso de las medicinas, aún si comprende que los procesos establecidos por la naturaleza actúan ya de manera óptima”.
En el espíritu de Paracelso:
«Sus prados y sus pastos serán sus farmacias.»
Sin embargo, incluso el enfoque terapéutico de varios herbolarios puede también ser condenado al fracaso ya que la mayoría de ellos se desenvuelven bajo una concepción de la enfermedad semejante a la de los médicos: un dolor que se debe eliminar, un microbio que hay que erradicar, una anarquía celular que se debe controlar cueste lo que cueste. Después de todo, la mayoría de los herbolarios estudiaron los mismos libros de anatomía y de biología que los médicos. Esto explica en gran parte por qué un enfoque terapéutico tal como la herboristería puede también, en sí misma, no funcionar de modo óptimo o llegar al punto de resultar ser un fracaso total.
¿Cuál es la causa principal de estos fracasos?
Por un lado, el desconocimiento de la Ley Bifásica de los Programas Especiales de la Naturaleza con Pleno Sentido Biológico (SBS); por otro, la ignorancia respecto a la quintaesencia de acción de las sustancias terapéuticas.
En medicina, se reconocen cerca de 500 enfermedades frías y 500 enfermedades calientes. Separándolas como entidades individuales y finales, se descuida la evidencia de la segunda ley biológica que nos demuestra que, en un SBS completo, una fase fría −simpaticotónica (enfermedad fría)− precede siempre a una fase caliente −vagotónica (enfermedad caliente). Comprendemos también que una enfermedad fría designe la etapa del SBS donde el choque biológico es todavía activo, es decir no resuelto, y que una enfermedad caliente corresponde a la etapa del programa siguiente la resolución del choque biológico. Además, cada enfermedad fría o caliente puede ser crónica, es decir ‘pendiente’, lo que significa que uno o varios ‘raíles’ de choque están presentes todavía. Entendemos por ‘raíles’ todos las pistas sensoriales asociadas al choque biológico y que han sido inscritas en la memoria al momento mismo del choque.
Se vuelve fácil entonces comprender que una planta medicinal, supuestamente antitumoral, no aportará ningún resultado positivo convincente cuando sea utilizada durante la fase fría de un SBS y que implique un órgano asociado con el cerebro antiguo, ya que ¡el choque biológico no ha sido resuelto! A la inversa, una planta medicinal utilizada para tratar un eczema crónico, el cual implica una fase caliente donde tiene lugar la reparación de la epidermis, podrá funcionar definitivamente solamente si los ‘raíles’ del choque biológico asociado han sido identificados y eliminados.
Todas las sustancias naturales o sintéticas poseen una quintaesencia de acción predominante. Pueden ser o bien simpaticotonicas o bien vagotónicas. Así, una quintaesencia simpaticotonica es antagónica de la vagotonía mientras que una quintaesencia vagotónica es antagónica de la simpaticotonía. Sin embargo, este tipo de antagonismo puro se comprueba solo en las medicinas farmacéuticas que pueden parar literalmente los procesos biológicos naturales en curso. Con las plantas medicinales completas, no hablamos de antagonismo sino más bien de una modulación inteligente de los procesos biológicos naturales en curso y que, por supuesto, no se desarrolla en detrimento de estos.
En el siglo XIX, cuando se sintetizó el principio activo de la corteza de Sauce (Salix alba) −el ácido salicílico−, para convertirlo en un antálgico de primer orden, dos errores fundamentales fueron cometidos:
- la supresión del principio modulador de la planta completa, es decir, su inteligencia evolutiva que el cuerpo reconoce y sabe utilizar en el momento oportuno.
- la creación de un antagonismo puro que el cuerpo ya no reconoce.
Esto tuvo, como resultado, dos efectos secundarios perjudiciales:
- El primero, la modificación de la quintaesencia de la materia; porque aislando el ácido salicílico, que en estado puro provoca una irritación de las mucosas, este ha sido separado de los otros constituyentes de la planta que tienen justamente, como rol, evitar una irritación.
- El segundo, la modificación de la quintaesencia de la acción. El ácido salicílico, aislado de este modo, se convirtió en un simpaticotónico puro, antagónico de la vagotonía, mientras que la planta entera es un modulador de la vagotonía.
Toda la inteligencia de la planta se pierde cuando el humano cree que la suya es superior a la de la naturaleza. Y pagará el precio.
La nueva herboristería consiste pues en utilizar las plantas medicinales de modo inteligente, oportuno y dirigido, según sus quintaesencias de acción. Sus aplicaciones son, por lo tanto, más eficaces ya que funcionan en simbiosis con las leyes biológicas de la naturaleza.
Nota:
Próximamente lanzaremos un nuevo curso donde presentaremos el trabajo realizado por François Leduc respecto a la utilización de plantas medicinales, de acuerdo a las 5 Leyes Biológicas descubiertas por el Dr. Hamer y de acuerdo a la clasificaciones según la quintaesencia de cada sustancia (simpaticotónicas, vagotónicas y adaptógenas), que permite aprender la utilización de un enfoque terapéutico específico, dirigido y oportuno en fitoterapia, coherente con la comprensión de los fundamentos de la Nueva Medicina Germánica.
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